Los hijos del curandero.
Como en todo hay gente que nace con estrella y otra estrellada, no obstante, es curioso que dos personas, habiendo nacido ambas, en el mismo lugar, bajo el mismo cielo, de la misma madre, y con tan solo unos instantes de diferencia cuenten con una suerte tan contraria.
Ambos hijos de un hombre que era el séptimo hijo, de un séptimo hijo, al igual que su madre, hija de un séptimo, hijo de una séptima hija. Y ellos para no quedar en discordia eran los séptimos hijos de esta pareja.
Más la pareja y sus respectivos hijos vivían separados de la gran ciudad de Mertiar, y de todo lo que involucraba a las leyendas más antiguas. Presos de la ignorancia de lo que podía significar tal acontecimiento, no sospecharon ni por asomo que sus hijos resultasen ser especiales.
Por ello cuando estos vinieron al mundo, un miedo sobrecogedor los asaltó a ambos al contemplar, por primera vez, el color de ojos que sus hijos tenían. A causa de la ignorancia no sabían identificar que el azul de los ojos de estos indicaba algo especial.
Tendrían que pasar algunos años para que fueran conscientes de ello.
Pero hasta que ese momento llegase vivirían rodeados de las dudas y el temor a que significase algo terrible, por lo que ser condenados. Sin embargo, era la única cualidad por la que se les podía diferenciar a uno del otro, pues aunque ambos contaban con el azul en sus ojos, este era terriblemente diferente.
Mientras uno era un azul-aturquesado, en cierto modo cálido, el otro era un azul eléctrico que brindaba más a la frialdad. Areth y Mojiar, dos hermanos casi iguales en todo, contaban con una gran diferencia entre ellos.
Areth cargado de inteligencia pero también de torpeza, siempre se encontraba castigado y cubierto por regañinas de las más fuertes, a la par que Mojiar equipado con su sonrisa traviesa, se libraba siempre de ser descubierto en sus intrigantes travesuras.
Una nueva mañana se presentaba en la aldea de Westrin, una mañana que aparentaba ser como el resto de las mañanas del lugar.
Más, aunque la mañana fuera mucho más de lo mismo, el día no culminaría igual. Westrin estaba por experimentar una vez más lo que era llevarse una sorpresa. Esta aldea sin duda en un futuro sería recordada como la aldea de la perdición.
De entre sus entrañas habían nacido ya varios que daban de qué hablar, más solo dos de ellos serían los que marcarían la diferencia con mucho. Ya desde su nacimiento fueron señalados por el color de ojos tan extraño que portaban, pues a pesar de sus dimensiones, la aldea de Westrin no era en sí una de las grandes, y podría decirse que por ello no contaba con una escuela a donde enviar a los pequeños a desarrollar su intelecto, por no decir que los mayores es que ni se les pasaba el poder llevarlos o mandarlos.
La enseñanza era un bien que solo muy pocos tenían derecho a él, entendiéndose con ello que solo los que contaban con el dinero, o vienes necesarios podían recibirla.
O si contabas con la suerte de agradar a alguien que quisiera echarte una mano, que no pagarte los estudios, (pues era algo sumamente caro), en una de las pocas estancias dedicadas a ello.
Y si conseguías sobrepasar los estudios primeros, solo un lugar en todo la tierra de Mertiar se impartía lo necesario para los adultos. La gran y única Universidad de Mertiar, solo los más selectos entraban en ella.
En Westrin se habían escuchado historias tan sorprendentes como que el hijo de un campesino había conseguido entrar en la misma, y sin embargo, la princesa, había sido terriblemente rechazada.
No se sabía que era lo que se requería en la prueba de acceso, pues nadie, absolutamente nadie, había sido capaz de poder responder a esa pregunta. Por lo que era uno de los tantos misterios que envolvían a la tierra de Mertiar.
Más aún no ha llegado el momento de que ninguno de los leyentes se centre en tan magnifica y llena de posibilidades Universidad de Mertiar, por lo que la dejaremos de lado por ahora y regresaremos a nuestros dos chicos.
--¿Otra vez?, gamberro, se lo contaré todo a tus padres, Areth.
El chico en cuestión se giró enfadado, no era posible que siempre lo pillasen a él, abrió los ojos sorprendido al darse cuenta de que Mojiar, aprovechaba el que ella lo estaba regañando para robarse un pastel y sacarle la lengua.
Areth achicó sus ojos enfadado y le devolvió el gesto a su hermano, a la par que se llevaba uno de sus dedos a su ojo para hacer una mueca más desagradable, pero seguidamente se quedó helado, al percatarse de que la señora del puesto se ponía roja de ira y cogía un rodillo.
Areth se asustó ante lo que la imponente mujer pretendía hacerle y más cuando esta echó a correr hacía él con el rodillo en mano. Casi resbala al girarse, pero lo que no se salvó fue el trozo de pastel que se le cayó de las manos en su rápido movimiento. Maldijo por lo bajo y sin mirar atrás siguió corriendo como alma que llevaba el diablo.
Iba tan sumamente enfrascado en la misma que no se pudo detener antes de chocar con alguien. Ambos cayeron al suelo y Areth se golpeó contra un barril que allí reposaba:
--Lo lamento mucho, yo….
--Ladronzuelo vuelve aquí, verás cuando se lo diga a Merina y Arturo.
--Areth, ¿qué se supone hiciste ahora?
Areth no tardó en cambiar de color al escuchar la voz de su hermano mayor. Si bien no era el mayor de todos, si era mayor que él, por lo que podía reñirle con toda libertad.
A él no le dio tiempo de contestar antes de sentir un fuerte golpe en su cabeza, que sin duda dejaría un buen chichón de recuerdo. Ni siquiera su melena espesa, lisa y de color negro le había servido para amortiguar el mismo.
Se llevó ambas manos al sitio golpeado, mientras se mordía la lengua y cerraba un poco los ojos:
--Auch, eso a dolido bastante.
--Te lo tienes bien merecido.- la voz de la mujer atrajo la atención de Aret, que la miró enfadado y ella sin más le volvió a dar con el rodillo en la cabeza: --Ni se te ocurra mozalbete, te recuerdo que es culpa tuya, abrase visto, primero me robas y luego me haces burla.
--¿QUÉ? -Areth espero el golpe con resignación, su hermano no tardó en hacerlo poner en pie y darle una colleja con fuerza: --Discúlpate en el acto Areth, y camina, que ya verás lo que padre te hará esta vez.
Areth, obedientemente y como ya había acabado acostumbrándose, hizo una pequeña inclinación, para después añadir:
--Lo lamento señora Rojuar, no volverá a pasar.
--Ja, ¿y de verdad crees que me lo voy a tragar?, solo espero que todos tenga tú misma suerte y los pueda pillar a tiempo.
--Me temo que eso no será posible, nadie tiene tan mala suerte.
No pudo agregar nada más porque su hermano lo cogió de la parte trasera de la camiseta y tiró de él obligándolo a andar.
--No me lo puedo creer, si vas a hacerlo hazlo de forma que no te pillen Areth.- Sin más su propio hermano lo hizo detenerse unos segundos, seguidamente echar a andar una vez más, cual no fue su sorpresa cuando este le dio un mordisco a una jugosa manzana, y agregar: --Si no estás cien por cien tranquilo, y seguro, te cogerán sin remedio.
--Ese no es el problema.
Gruñó él enfadado, pues era cierto, no sabía como lo hacía, pero a pesar de inspeccionar el terreno una y otra vez, de asegurarse que la mujer no miraba, que tenía su vía de escape perfectamente calculada; justo cuando consiguió robarlo con la mayor naturalidad, y ya se alejaba, un maldito gato se enredó en sus piernas, ocasionando que él tropezara con una gran piedra y maldijera.
Como era de esperarse, llamo la atención de la tendera y lo descubrió con el pastel en sus manos.
De repente se escuchó un golpe fuerte y Areth, sintió que su hermano lo soltaba y vio que la manzana que mordía caía a un charco de barro.
--¿Qué…?
Comenzó a recriminar su hermano mientras se masajeaba el lugar golpeado:
--Y esos son los consejos que le das a nuestros hermanos menores, será posible.
La voz de la hermana que ocupaba el puesto superior de los siete que quedaban aun en casa se hizo escuchar. Al igual que Areth anteriormente, ahora fue el turno de su hermano de palidecer.
--Hermana, ¿qué haces por aquí?
--Los recados de padre y madre.
--Comprendo, ¿vas para casa?
Ella asintió, y los tres juntos se marcharon a su hogar. Como era de esperarse para Areth, el resto del día fue insufrible, lo cargaron con casi todas las tareas a realizar, y estaba claro que su salida a la aldea de Westrin que estaba a mediodía de su triste pueblo, acababa de ser cancelada.
La noche llegó como todas las demás, salvo por el detalle de que Areth, necesitaba caer redondo en su cama cuanto antes. Mojiar, había regresado en la tarde y al verlo a él cargar con toda la paja había reído sin cesar, al menos hasta que su madre salió y él preguntó inocentemente que era lo que Areth había hecho esta vez.
Areth, no pudo evitar gruñir. No era justo, la idea había sido de él. Ahora se encontraban todos sentados en la gran mesa del salón preparados para cenar. Areth, no seguía ninguna de las conversaciones, tan solo estaba apoyado en una de sus manos y se llevaba los alimentos a la boca sin mucha gana y lleno de sueño.
Más un fuerte golpe en la puerta y gritos desesperados pareció alertar a todos de que algo no andaba del todo bien, su padre no tardó en abrir la puerta, su vena de curandero era después de todo más fuerte que él:
--¿Qué sucede?, ¿Señora Rojuar?
Areth, palideció, temeroso de que esta hubiese ido para que su castigo fuese mayor, casi se cae al incorporarse de su silla y caminar con lentitud hasta cerca de su padre. Mojiar, lo siguió de cerca, sin embargo ninguno de sus hermanos hizo lo mismo.
--Te necesito Arturo, has de venir conmigo, mi hijo, no sé que le sucedió.
Sin dudar ni un solo segundo su padre se dio la vuelta, tiró de su chaqueta a la par que decía:
--Areth, coge mis especias, Mojiar, tú mis vendas y seguidme.
Ambos sin protestar hicieron lo que su padre les solicitaba. Los cuatro fueron corriendo hacía el pueblo y más exactamente a la casa de la señora Rojuar, por el camino la misma les había explicado que su hijo en compañía de otros dos habían ido al bosque.
Su padre maldijo:
--¿Están locos?, saben que el bosque es muy peligroso, hay demasiadas hierbas venenosas, sino van con algún especialista, no deberían entrar.
--Ya los conoces, son jóvenes y creen saberlo todo, ¿podrás ayudarlo?
Su padre no habló, era un hombre de ir por lo seguro, si bien era cierto que casi siempre conseguía salvar a quien debía, también era verdad que otros se marchaban sin remedio.
Al llegar a la casa, se encontraron con que el enfermo en cuestión se encontraba con grandes sudores, con unas manchas rojas por casi todo su cuerpo y por si fuera poco, alguna que otra ampolla.
--¿Pero qué…?
Mojiar, notó enseguida el desconcierto en la voz de su padre y tras mirarlo con ciertas dudas instó a Areth, a acercarse a donde su padre y el enfermo se encontraban.
--¿Cuándo fueron al bosque?
--Han vuelto hace solo tres horas, si bien no parecía ni remotamente enfermo, pero de repente comenzó a marearse y sudar. Y bueno, ya puedes ver en lo que está desembocando.
Su padre comenzó a inspeccionar al chico, mientras que Areth y Mojiar, se quedaban un poco apartados para dejarlo trabajar con tranquilidad. La señora Rojuar se reunió con ellos y colocando una mano en el hombro de cada uno susurro:
--Si lo salva, juro que no volveré a regañarte nunca, Areth.
Este la miró unos momentos desconcertado, seguidamente escuchó a su padre maldecir y lo vio intentar abrir la boca del joven. Poco a poco ambos hermanos comenzaron a asustarse al ver la expresión de preocupación y miedo que su padre mostraba.
Ambos como gemelos que eran alargaron cada uno su propia mano para cogérselas uno al otro, intentando trasmitir a su padre apoyo. Más su padre parecía cada vez más alarmado, Mojiar, comenzó a sentirse nervioso y de repente ambos a la vez gritaron:
--Congrag debes recuperarte.
La señora Rojuar los miró extrañada y su padre dejó un momento de toquetear al joven para volverse a sus hijos que respiraban entrecortadamente y ambos tenían sus hermosos ojos fijos en el muchacho. Los chicos estaban sudando y su respiración era entrecortada, más no dejaban de mirar a este.
Su padre se puso en pie al ver que ambos, parecían a punto de colapsar, más se quedó quieto al ver que los ojos de sus dos hijos, brillaban de forma inexplicable, para seguidamente el joven comenzara a toser y gemir.
Este no tardó en girarse para atender a su paciente, sin embargo cuando estaba arrodillado al lado de este y apunto de poner un ungüento recién preparado en las ampollas, se quedó helado al ver que estas disminuían.
A pesar de ello, Arturo decidió untarlo de todas formas, algo le decía que era lo mejor. Estaba en ello, cuando se percató que el joven estaba despierto, lo miró con una media sonrisa en su rostro y dijo:
--Nos has dado un buen susto.
Este no respondió más que mirando al doctor con sorpresa, mientras levantaba su otro brazo a la altura de la vista de este únicamente, para mostrarle al medico que estas ya casi eran inexistentes. Arturo, no dio ni el más leve indicio de darse por aludido y el joven lo interpretó como que debía callar, pues no abrió la boca, y después de todo ese misterioso hombre le acababa de salvar la vida seguro.
Cuando pareció estar mucho mejor, la señora Rojuar, comenzó a llorar de alegría, y abrazó a ambos chicos prometiendo infinidad de dulces. Se estaban despidiendo en la puerta, para que ellos regresaran a su casa, cuando Arturo, declaró:
--Me alegro de que Congrag se haya recuperado exitosamente.
La señora Rojuar lo miro extrañada para después declarar:
--Mi hijo se llama Marcio, no Congrag, Arturo, no sé por qué tus hijos dijeron ese nombre. Quizás y mi hijo quiso gastarles alguna broma en alguna ocasión.
Arturo, tan solo asintió y se despidió de ella dejando algunas indicaciones, que algo le decía, eran innecesarias en realidad.
Areth y Mojiar, comenzaron a caminar delante de su padre, aun cogidos de la mano, ambos contentos por que el hijo de la señora Rojuar estuviese bien. Más de un momento a otro y sin previo aviso, ambos cayeron de rodillas.
Areth, se quedó un momento en blanco para seguidamente soltar la mano de Mojiar y caer ambos sin explicación inconscientes. Arturo, corrió hasta ellos y mirando a su alrededor se percató de que si gritaba, sus hijos y mujer, lo escucharían.
Y sin más eso fue lo que hizo, tres de sus hijos, incluida su hija, salieron a su encuentro:
--Padre, ¿qué ha sucedido?
--No lo sé, tú Ilsiar ayúdame con Areth, yo cargaré a Mojiar.
Uno de sus hijos así lo hizo y todos regresaron a la casa, su esposa lo recibió terriblemente preocupada por ver a sus dos hijos menores en esa situación. Arturo, no tardó en requerir que todos se fueran a acostar y sabiendo que no era buena idea desobedecer a su padre, (pues a pesar de ser bueno y gentil su carácter a veces era muy temperamental), todos obedecieron sin chistar.
--¿Qué ha pasado?
--Me temo que no puedo explicártelo. ¿Por qué?, pues porque ni yo mismo sé que fue lo que sucedió.
Sin añadir nada más, Arturo, abandonó su propia casa para perderse en la oscuridad y en sus pensamientos, cargados de temor y preocupación. Desde que nacieron, sabía que esos dos eran diferentes, sobre todo por el color de ojos que portaban, que no eran iguales a ninguno de los de la familia, ni por su parte, ni por la parte de su mujer.
Solo podía desear que eso no significase nada malo.
Sigue asi hermanita desded Francia tus Hermanos que te apollan y te quieren posdata donde esta mi copia?
ResponderEliminar