Prologo:
En la posada de Westrin. En la mesa más cercana a la escalera que daba a las habitaciones.
Es decir en el lugar habitual; como de costumbre, se encontraba una vez más el cuentacuentos del pueblo. Sentado en su rincón apartado, acompañado de nuevo por la multitud de niños que escuchaban sus historias.
En su mano, una pipa de la que salía humo, dando la idea inequívoca de que estaba fumando.
--¿Y cuál será la que tocará hoy?
El alboroto de los niños, con sus respectivas peticiones no se hizo esperar. Cada niño aportó su opinión o deseo. Más ninguno parecía llegar a un acuerdo en concreto. Eso le ocasionó una sonrisa en su rostro, sin poder dejar de notar, que las peticiones rondaban las historias habituales.
Todas las que los niños solicitaban, estaban cargadas de grandes hombres, que habían hecho hazañas increíblemente imposibles. Más, sin embargo, los labios de otros las habían embellecido a tal grado y de tal manera, que parecían hermosas y entrañables. No obstante, no lo eran. Nunca lo eran.
Según los bardos, los héroes pasaban penurias, se enfrentaban a grandes retos y siempre conquistaban su objetivo. ¿Y qué había de aquellos que no lo lograban?, muy fácil, se borraban del registro mental de los bardos.
No importaba si habías conseguido varias cosas en tu vida, pues una mala, podía empañarlas todas con suma facilidad. Sin embargo, había ciertas excepciones. Aquellos que realmente sí merecía recordar, tan solo para prevenir que nunca más sucediera lo que estos habían hecho.
Pero no era su trabajo cuestionar el de otros, y mucho menos cuando era gracias a ese mismo embellecimiento, que tanto agradaban sus historias a los niños. Y por lo que indiscutiblemente, él podía llevarse algo a la boca.
Nunca se le había dado bien crear bellas historias. No le gustaba la mentira y mucho menos el dedicarse a embellecer, lo que en realidad era imposible. Y era precisamente por esto, que él se dedicaba a contar lo que otros le contaban, después de todo, su memoria, era casi prodigiosa.
Solo necesitaba escuchar una historia, una vez, para poder repetirla una y mil veces tal y como la había escuchado en la primera ocasión. Sin el menor rastro de fallo.
Ante el alboroto de los niños, una voz se hizo escuchar más que las del resto. Una que lo llamo como si nada más existiera en el lugar, que lo atraía a aceptar esa proposición como si hubiese sido la única formulada en el lugar. Y a pesar de que eso ya era extraño, más resultaba ser, lo que esta solicitaba:
--La de Herrian.
--¿Herrian el maldito?
Esa voz muy parecida a la anterior, pero sin la misma fuerza de atracción y quizás por ello más peligrosa, se hizo escuchar tras la anterior.